Llegaste a mi vida sin preguntar. No hubo preaviso. Pisaste
fuerte y jugaste todas tus cartas. El verano contigo era justo lo que
necesitaba. Fuiste como un subidón de adrenalina, un gol en el último minuto,
un café a las ocho de la mañana. No había montañas rusas contigo. Eras directo
y simple. La persona que me sacaba una sonrisa por la mañana para por la noche
sacarme cien más antes de irse a dormir.
No nos conocíamos de nada, pero nos conocíamos de siempre. Teníamos
las cosas justas en común para complementarnos. A ti te gustaban las pelis de
acción y yo era más de Casablanca. Para ti el verano era el sol y para mi era
la sombra. De la música mejor no hablamos. Vivíamos en ciudades distintas, lo
cual era perfecto para no agobiarnos.Teníamos todo el verano por delante. No
nos hacía falta nada más, ya le habíamos dado al ON.
Pero cuando menos te lo esperas, algo que crees que ya tienes
enterrado, reaparece en forma de volcán, arrasando todo a su paso. Y es algo
que esta reciente, algo que todavía duele, aunque no sabes muy bien por qué y
que tiene la puta manía de aparecer en el momento más inorportuno de tu vida,
cuando crees que el volcán lleva meses sin entrar en erupción.
Llegó de improviso, también como tú. Me contó el cuento de Las
mil y una noches, el que sabía que yo quería oír y con el que sabía que me
podía convencer. Porque me conocía, sabía que botón tenía que tocar en todo
momento y lo consiguió otra vez. Me hundió.
Nos hundió.
Dos veces.
Y he tenido que irme lejos para darme cuenta de que lo que
tuve una vez en mis manos era oro y no supe valorarlo. Lo vendí en un todo a
cien y dejé el cambio.
Ya no hay vuelta atrás. Tienes demasiado amor propio para
este tipo de situaciones y lo entiendo, pero yo no voy a dejar de intentarlo.
Porque defraudando soy muy buena, pero convenciendo soy mucho mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario