Nos conocimos en el momento perfecto,
o eso pensamos. Ninguno de los dos sabíamos que esa noche marcaría nuestras
vidas, pero algo nos imaginamos.
Fue la sensación de conocimiento
de lo anterior, como un deja-vu, una complementación máxima que no esperas
encontrar un sábado por la noche. Ninguno de los dos le dimos importancia, pero
sería la primera de muchas.
El destino quiso que nos volviésemos
a encontrar de nuevo. Nos saludamos con efusividad, como si nos hubiésemos
echado de menos. Bailamos una canción, nuestra canción, con la que tanto nos
han brillado los ojos, con la que nos sorprendíamos cuando sonaba en la radio y
cantábamos bajito porque nos daba
vergüenza, con la que nos buscábamos aunque estuviésemos enfadados para
reconciliarnos.
Los dos estábamos saliendo de
relaciones turbias. Caminábamos con pies de plomo, pero decidimos soltar el
freno a la vez y dejarnos llevar. Sabíamos que la carretera iba a ser sinuosa pero
no nos imaginamos que tanto y tan pronto.
Nuestras expectativas eran tan
altas que en el primer asalto caímos los dos y no supimos levantarnos juntos. Y
aquí seguimos un año después, sin saber querernos e intentándolo una y otra
vez.
Habías bebido. Habías bebido
mucho ese día. Eran las diez de la mañana y tú acompañabas mi café con un ron-cola.
A pesar de que no estabas allí por mi, desde ese día te quedaste en mi vida
para siempre.
Las leyes del cortejo estipularon
que lo nuestro tenía que cocerse despacito, a fuego lento. Y así fue. Nadie
dijo que iba a ser fácil, pero nosotros nos metimos hasta el fondo.
Discutíamos. Oh, Dios!
Discutíamos muchísimo, pero solo porque nos encantaban las reconciliaciones.
Los dos sabíamos que esa era la mejor parte.
Nunca habías tenido novias, pero
parecía que las hubieses tenido toda la vida. Me contabas chistes en la cama
cuando estaba enferma para quitarle hierro al asunto y que me riese, me
regalabas una rosa el cinco de cada mes,me preparabas la cena… Pero, sin duda,
lo que más me gustaba de ti era que siempre esperabas a que cerrase el portal.
Era la leche. Me daba la vuelta y estabas ahí, mirándome, esperando a que
subiese las escaleras para calmar tu afán protector. No importaba si eran las
cinco de la tarde o las tres de la mañana, si nos habíamos enfadado o qué sé
yo, porque siempre estabas ahí, mirándome, esperando a que subiese las escaleras.
La casualidad o la causalidad nos
separaron, pero nunca nos dijimos adiós de ninguna manera. Fue lo más bonito
que hicimos, tan solo lo dejamos correr y nos olvidamos de que, un día, fuimos
algo más que amigos.
Llegaste a mi vida sin preguntar. No hubo preaviso. Pisaste
fuerte y jugaste todas tus cartas. El verano contigo era justo lo que
necesitaba. Fuiste como un subidón de adrenalina, un gol en el último minuto,
un café a las ocho de la mañana. No había montañas rusas contigo. Eras directo
y simple. La persona que me sacaba una sonrisa por la mañana para por la noche
sacarme cien más antes de irse a dormir.
No nos conocíamos de nada, pero nos conocíamos de siempre. Teníamos
las cosas justas en común para complementarnos. A ti te gustaban las pelis de
acción y yo era más de Casablanca. Para ti el verano era el sol y para mi era
la sombra. De la música mejor no hablamos. Vivíamos en ciudades distintas, lo
cual era perfecto para no agobiarnos.Teníamos todo el verano por delante. No
nos hacía falta nada más, ya le habíamos dado al ON.
Pero cuando menos te lo esperas, algo que crees que ya tienes
enterrado, reaparece en forma de volcán, arrasando todo a su paso. Y es algo
que esta reciente, algo que todavía duele, aunque no sabes muy bien por qué y
que tiene la puta manía de aparecer en el momento más inorportuno de tu vida,
cuando crees que el volcán lleva meses sin entrar en erupción.
Llegó de improviso, también como tú. Me contó el cuento de Las
mil y una noches, el que sabía que yo quería oír y con el que sabía que me
podía convencer. Porque me conocía, sabía que botón tenía que tocar en todo
momento y lo consiguió otra vez. Me hundió.
Nos hundió.
Dos veces.
Y he tenido que irme lejos para darme cuenta de que lo que
tuve una vez en mis manos era oro y no supe valorarlo. Lo vendí en un todo a
cien y dejé el cambio.
Ya no hay vuelta atrás. Tienes demasiado amor propio para
este tipo de situaciones y lo entiendo, pero yo no voy a dejar de intentarlo.
Porque defraudando soy muy buena, pero convenciendo soy mucho mejor.
Porque no quiero una despedida con
bucle infinito y vuelta a empezar.
Porque la vida contigo era bonita, pero sin ti tiene que ser mucho
mejor.
Quiero reafirmar esto como un
contrato. Un contrato por escrito, indefinido, a jornada completa e
inevitablemente con muchas horas extras.
Me contrato a mi misma con el
objetivo de olvidarte. Aunque más que un contrato debería escribir una hoja de
reclamaciones, porque lo que me vendiste no era como lo pintabas, corazón.
Oro
parece plátano es.
Las clausulas fundamentales para
el cumplimiento de dicho contrato han de seguirse cueste lo que cueste.
Nada de
lloriqueos.
Expongo:
1. El
lugar donde se celebrará el contrato será en cualquier lado. Cualquier lado que
no me recuerde a ti. Cualquier lado en el que sonreía antes de haberte
conocido. Un bar estaría bien. Después de la firma del presente contrato,
brindaría con una copa de ron a tu salud por escribirte para olvidarte.
2.Me
asigno como tareas: no hablarte a ti, no hablar de ti, que no me hablen de ti.
No hacer caso a ningún mensaje sin coherencia a las 6 de la mañana (TAREA MUY
IMPORTANTE). No hacer caso a ningún mensaje con menos coherencia todavía
después de tu dulce resaca. Si me hablas, mi principal tarea será ignorarte.
Como eres de los de cuando yo no quiero, tu quieres, si insistes, muy
educadamente te mandaré a freír espárragos. Sin contemplaciones. Lo más difícil
se hará cuando te vea por primera vez después de la firma del contrato, pero
puedo superarlo. Te he dicho que no muchas veces y eran todas mentira, no voy a
negarlo. Y tú lo sabías. Los dos lo sabíamos.Pero nunca había escrito para olvidarte. Y esto tú, no lo sabes.
3.No
se encuentran reguladas las vacaciones en este tipo de contrato. No existen. No
insistas. Trabajo duro las 25 horas los 367 días del año. No se contemplan los
festivos, los fines de semana, ni siquiera los descansos entre jornadas. Porque
tener vacaciones en este contrato significaría recordarte, y no quiero una
depresión post-vacacional de vuelta al trabajo, gracias.
La recompensa salarial es una
cuantía beneficiosa de dignidad y autoestima que he perdido gracias a tu
turismo emocional. La recompensa es poder decirte algún día que te he olvidado
sin que sea mentira y que sigue sin haber cosas que no nunca te dije, porque
con esto te lo estoy diciendo todo, aunque tú no lo sepas.
Este contrato no se puede rescindir, anular, invalidar, cancelar, abolir,
revocar. Escoge el sinónimo que creas conveniente, pero créetelo.
En la vida hay trenes que solo pasan una vez. Yo he
pasado muchas veces pero esta es la última. Porque te escribo para olvidarte.